Nuestra naturaleza caída nos lleva a tener un lucha constante entre hacer nuestra voluntad o hacer la voluntad de Dios. En la vida de Jesús encontramos una respuesta a esta lucha: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”, Juan 6:38. Estas palabras no corresponden a un oficial de la corte de un rey, ni las de un mediador en un problema migratorio, éstas fueron las palabras de Jesús. Algunos le llaman el Ungido, el Enviado de Dios, y sí, ciertamente Él fue todo eso, pero Su nombre principal es “Emmanuel”, Dios con nosotros, “El hijo de Dios”, Dios mismo.
Su espíritu obediente a pesar de Sus atributos divinos confronta cada día mis acciones. Muchos podrían decir que para Jesús fue fácil obedecer la voluntad de Dios porque Su naturaleza divina le ayudaba a hacerlo, pero debemos siempre recordar que además de ser 100% Dios, Jesús también fue 100% hombre y en Su humanidad pasó por momentos de tentaciones como nos lo recuerda Hebreos 4:15 cuando dice “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado”.
Nuestro Señor tuvo luchas con Su carne como cualquiera de nosotros, pero Dios lo permitió para darnos el ejemplo de cómo también podemos vencer la carne con la ayuda del Espíritu Santo, y cumplir la voluntad de Dios para nuestras vidas.
Aplicando este concepto a nosotras como mujeres, debemos decir que Dios nos creó con un diseño, y es Su voluntad que nosotras vivamos apegadas al mismo, pero luchamos con el hecho de que queremos hacer “nuestra voluntad”, y no la voluntad de Aquel que nos creó. Vivir nuestro diseño puede ser cuesta arriba, lo sé, es contracultural, lo he vivido, pero es un mandato y no es pesado.
Romanos 12:2 nos enseña cómo podemos hacerlo: “Y no se adapten (no se conformen) a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable (agradable) y perfecto”.
Lo primero es que Dios nos manda a no adaptarnos a las corrientes de este mundo, y no hay duda de que Satanás ha usado al pensamiento feminista para permear la iglesia y así vemos cómo aun la mujer cristiana ha desechado el diseño de Dios para su vida y ha ido tras el éxito que el mundo le promete o corre al ritmo que el mundo le demanda, y no solo en lo laboral, sino también en lo personal.
Ese mismo versículo nos sigue diciendo que si no nos adaptamos a este mundo sino que renovamos nuestra mente, vamos a poder verificar que la voluntad de Dios es “buena”, es decir, que trae bendición para mi vida, me hará bien, Sus planes para mí son de bien y no de mal (Jeremías 29:11). Es “aceptable”, en el sentido de que esto es lo que Dios demanda de nosotras como hijas y es “perfecta”, no le falta ni le sobra nada, es en justa medida lo que necesito.
Hacer la voluntad de Dios trae mayor satisfacción a nuestras vidas que el no hacerla. Si luchas con rendirte a Su voluntad pídele al Señor como lo hizo el salmista cuando dijo “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tu eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme” (Salmos 14:10), para que pronto puedas decir: “me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón” (Salmos 40:8).
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