Primera Parte
SU HISTORIA
Era el tiempo de la cosecha en Israel, cuando Booz vio por primera vez a esa joven mujer. El sol había pintado los campos de un dorado oscuro y los trabajadores balanceaban sus hoces a un ritmo parejo en medio del grano que aún quedaba en pie. De acuerdo con la ley y las costumbres de Israel, los pobres tenían el derecho de recoger todo lo que se le cayera al que cosechaba. El hombre noto que Rut trabajaba rápida y eficientemente, metiendo el grano en una saca de tela burda que llevaba colgada al hombre. Algunos mechones de cabello negro se le escapaban del manto que le cubría la cabeza, creando un marco suave a su pie aceitunado, que aún se mantenía suave a pesar del sol. Descanso, aunque solo por un instante, con la mirada atenta a cualquier señal de problemas de parte de los cosechadores que trabajaban en el campo. Espigar era un trabajo duro y peligroso, especialmente para una extranjera joven y atractiva, sola y desprotegida.
Todos en Belén hablaban sobre Noemí, la parienta de Booz y su inesperado regreso.
Él sabía que Rut había venido con ella. Había oído acerca de la tragedia que compartían y de la extraordinaria lealtad que la joven mostraba hacia su suegra, que la llevo a prometerle que renunciaría a los ídolos de Moab en favor del Dios de Israel. Un hombre desearía tener un amigo que fuera como Rut con Noemí.
Decidido a recompensar su bondad de alguna manera, Booz la llamo: Escucha, hija mía. No vayas a recoger espigas a otro campo, ni te alejes de aquí, quédate junto a mis criadas, fíjate bien en el campo donde se esté cosechando y síguelas. Ya les ordene a los criados que no te molesten. La muchacha le sonrió en señal de complacencia.
Más tarde volvió a dirigirse a Rut, esta vez para ofrecerle pan y grano tostado a la hora de la comida. Cuando ella acabo de comer, Booz le dio instrucciones a sus hombres para que dejaran caer algunas espigas de los manojos en su camino. Fue bueno verla partir esa noche con un costal lleno de lo que había cosechado.
Él sabía que Rut había venido con ella. Había oído acerca de la tragedia que compartían y de la extraordinaria lealtad que la joven mostraba hacia su suegra, que la llevo a prometerle que renunciaría a los ídolos de Moab en favor del Dios de Israel. Un hombre desearía tener un amigo que fuera como Rut con Noemí.
Decidido a recompensar su bondad de alguna manera, Booz la llamo: Escucha, hija mía. No vayas a recoger espigas a otro campo, ni te alejes de aquí, quédate junto a mis criadas, fíjate bien en el campo donde se esté cosechando y síguelas. Ya les ordene a los criados que no te molesten. La muchacha le sonrió en señal de complacencia.
Más tarde volvió a dirigirse a Rut, esta vez para ofrecerle pan y grano tostado a la hora de la comida. Cuando ella acabo de comer, Booz le dio instrucciones a sus hombres para que dejaran caer algunas espigas de los manojos en su camino. Fue bueno verla partir esa noche con un costal lleno de lo que había cosechado.
Día tras día el, la observaba, consciente de que la cosecha del trigo y la cebada pronto iba a llegar a su fin. Una noche, Booz y los otros hombres se pusieron a aventar la cebada y a trillarla sobre el piso. Luego de que acabaron de comer y beber, se acostó bajo las estrellas, detrás del montón de granos. Con tantos hombres que cuidaban de la cosecha, los ladrones no se animarían a aproximarse. Pero en medio de la noche él se despertó sobresaltado, al darse cuenta de que alguien si se había atrevido. Con sorpresa descubrió que el intruso no era ni un ladrón ni un hombre sino una mujer y estaba acostada a sus pies.
Compartido por Larissa de Estrada
Guatemala
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