Salmo 34.1-3
Glorificar al Señor no es solo rendirle culto en la iglesia, es también permitir que la alabanza impregne la vida del creyente.
Una manera de alabar al Señor es con nuestra voz. Podemos adorarle con nuestras palabras o cantándole. Los escritores de los Salmos ponían su adoración en palabras, y su amor en música. La verdadera adoración fluye de los labios de los creyentes que se centran en los atributos de Dios. Desean honrarle, por ser Él quien es, lo que ha hecho y lo que ha prometido para el futuro.
La adoración genuina le permite al Señor llenar nuestra mente y corazón con su presencia. Sin embargo, alabarlo por el motivo equivocado es un acto vacío. Por ejemplo, si levantamos nuestras manos y cantamos en voz alta solamente porque nos hace sentir bien y buscamos exaltación emocional. Esta clase de “alabanza” vana y egoísta no llega al cielo.
Nuestro Dios es alabado cuando le servimos. Las personas han sido creadas para que glorifiquen y honren su nombre. Por tanto, nada debe limitar nuestro deseo de trabajar para el Rey, sobre todo cuando tenemos la oportunidad de darlo a conocer a los demás. Cristo es honrado cuando sus seguidores hablan con osadía de su gracia y de su obra; el testimonio de los creyentes es una manera estupenda de alabanza que enaltece el nombre de Dios.
Jesucristo vale más que cualquier tesoro que ofrezca este mundo. Amarle, y entender lo que ha hecho por usted, debe ser toda la motivación que necesite para alabarle con su vida. No se limite a cantar; sírvale para su reino y comparta el evangelio. Ayude a que el trono de Dios resuene de adoración.
MEC
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