martes, 8 de diciembre de 2015

PRINCIPIO DE VIDA 9

Confiar en Dios quiere decir ver más allá de lo que podemos, hacia lo que Dios ve.

    A través de la fe, David vio lo que sus compatriotas no pudieron ver.

 A través de la fe, David vio lo que sus compatriotas no pudieron ver.

2 Reyes 6.17
Con su mirada clavada en los ojos de Goliat, desde el otro extremo del valle de Ela, David recordó las veces que Dios lo había librado del desastre total. Dios siempre le había dado la habilidad que necesitaba para triunfar. Ahora enfrentaba uno de los retos más grandes de su vida: un guerrero bien armado y hábil llamado Goliat.

El secreto del éxito de David fue su capacidad para confiar y obedecer a Dios. Si nada más hubiera visto el reto gigante que tenía por delante, se habría dado la vuelta para huir corriendo, como lo hicieron el resto de los israelitas. Pero a través de la fe, David vio lo que sus compatriotas no pudieron ver.
En algún momento, cada uno de nosotros enfrentará lo que parecen ser pruebas y dificultades gigantescas. Por eso debemos saber cómo responder a cada amenaza y apropiarnos de la clase de fe victoriosa que ve más allá de lo que podemos, hacia lo que Dios ve.
En tiempos de extrema presión, Dios ensancha nuestra fe y profundiza nuestra dependencia de Él. Sin una fe fuerte y constante, podemos ceder rápidamente a la tentación y el temor, en especial si la prueba o dificultad es intensa o prolongada. Dios desarrolló la confianza de David hasta que fue inconmovible.
Sea cual sea el Goliat que enfrente, hay una verdad que usted necesita arraigar en lo más profundo de su corazón: Dios le ama, y cuando usted deposita en Él su fe, Él le ayudará a triunfar. Tal vez pase por tiempos de fracaso, porque la vida no sale siempre como uno la planea, pero en últimas, Dios será glorificado y usted recibirá bendición.
Cada reto representa una oportunidad para que el Señor muestre su fidelidad y amor. En lugar de ceder a pensamientos de temor y fracaso, comprométase a confiar en Dios, aunque no sepa qué le deparará el día de mañana. Practique su fe y adiéstrese para ver más allá de lo que puede, hacia lo que Dios ve.
David cimentó su fe en la soberanía de Dios; por eso supo que no fallaría en su misión de conquistar al gigante filisteo.

Recuerde las victorias pasadas.
 David recordó cómo Dios lo había librado de las garras del león y las zarpas del oso (1 S 17.32–37). Las victorias espirituales se ganan primero en la mente. Si usted sucumbe a sentimientos de temor y duda, perderá. Si se enfoca en la verdad de la Palabra de Dios, ganará todas las veces.¿Cómo puede usted adquirir esa clase de fe?
  1. Rechace las palabras de desánimo. Nadie en el campo israelita animó a David en su iniciativa de derrotar a Goliat. Los soldados se rieron de él. Sus hermanos se sintieron avergonzados por su presencia y lo instaron a devolverse a su casa. Hasta el rey Saúl dudó de él. Si el joven hubiera hecho caso a tantos comentarios negativos, se habría dado por vencido. Lo que hizo más bien fue afianzar su corazón en el Señor, y en Él encontró el ánimo que necesitaba.
  2. Reconozca la naturaleza verdadera de la batalla. David entró a la batalla diciendo en alta voz estas palabras inolvidables, dirigidas a su arrogante rival: «de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos» (1 S 17.47). Qué forma tan victoriosa de decir: «¡Dios gana!»
  3. Responda al reto con una confesión positiva. David preguntó a los temerosos israelitas: «¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?» (1 S 17.26). Dijo a Saúl: «Jehová… me librará de la mano de este filisteo». A Goliat le dijo: «yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel» (1 S 17.37, 45). David declaró con firmeza su creencia, que no podía perder porque Dios estaba con él.
  4. Respáldese en el poder de Dios. David no necesitó una lanza o una jabalina para derrotar a Goliat. Sólo necesitó su fe y una honda de fabricación casera. «Sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza» (1 S 17.47). Dios proveyó la victoria, y Él recibió la gloria.
  5. Reclame la victoria. Antes de poner pie en el campo de batalla, David ya sabía que no iba a perder. Sabía que su reputación no estaba en juego, sino la de Dios. Sabía que ni su fuerza ni su astucia ganarían la batalla, sino el poder y la sabiduría de Dios.
Usted puede enfrentar cualquier circunstancia con seguridad y esperanza, pues su fortaleza, sabiduría, energía y poder no es lo que trae la victoria. El triunfo viene gracias a la intervención de Cristo, y cuando usted pone su confianza en Él, tiene acceso a una fuerza irresistible que nadie ni nada puede resistir con éxito.

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