martes, 8 de diciembre de 2015

El silencio de Dios

“Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias” 
Isaías 54:7

A lo largo de nuestro peregrinaje terrenal debemos esperar en ciertas ocasiones la disciplina que viene de Dios. Esa disciplina adoptará muchas veces la forma de circunstancias aflictivas para despertar nuestras conciencias adormecidas. Otras veces se manifestará con la pérdida o deterioro de nuestra salud física. Son medios que Dios usa como megáfono para que reconsideremos nuestros pasos.
Otro método disciplinario de Dios es su silencio. Aveces nos sentiremos como barco a la deriva, dejada a su suerte y abandonada por la mano de Dios. Nuestra alma se llenará de angustia al clamar a Dios con desesperación y recibir de Él como respuesta su silencio. Esa fue la experiencia del salmista David en el Salmo 13:1. Tres veces pregunta David “¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?". Sin recibir respuesta alguna. Pero a pesar del silencio divino, el salmista se mantuvo confiado y esperando, sabiendo que al final, Dios sólo le haría bien (Sal 13:5-6).
Ese fue también el trato disciplinario de Dios para su pueblo en el AT; Israel había sido desleal a Dios, rebelde a su palabra, y había fornicado yendo tras dioses ajenos. ¿Qué hizo Dios para traer su gente a reconciliación? Sencillamente, ocultó su rostro por un tiempo hasta que ellos sintieron el peso de su abandono: “Por un breve momento te abandoné…”, dice el profeta Isaías.
Amadas, si hay un silencio angustiante es el silencio de Dios. Sentir que uno clama y derrama su alma, y nada; todo es silencio, quietud, pasividad y tensa calma. No hay experiencia más mortificante para el creyente que sentir que los cielos son de bronce para sus oraciones (Dt 28:23).
Pero siempre hay una nota de esperanza en los diferentes tratos de Dios para con sus hijos. Isaías 54:7 nos recuerda que no sólo podemos, en ocasiones, recibir como respuesta el silencio de Dios. Sino lo que es más importante y glorioso: que Dios nunca nos privará de sus misericordias, no importa las circunstancias en que nos encontremos.
Basta con ver cómo concluye el profeta: “… pero, te recogeré con grandes misericordias”. Si grande fue la disciplina, mayor es su misericordia. Sabemos que ninguna disciplina es causa de gozo en el presente, pero cuando vemos los frutos de justicia que se derivan de ella (Heb 12:11), entonces comprendemos el silencio momentáneo de Dios, agradecemos su disciplina y le glorificamos por corregirnos y traernos de nuevo a su redil, su voluntad, y su corazón.
Oración: Gracias Padre por las múltiples maneras que empleas para llamar nuestra atención. Gracias porque Tus métodos son santos, justos y muy efectivos. Gracias porque Tu disciplina es por un breve momento. En el nombre de Jesús, Amén
Carmen de Cordiel

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