Deseo un milagro o deseo ser yo hacedora de milagros?
Filipenses 2.6-11
Dios Padre ha dado a su Hijo Jesucristo un nombre que es sobre todo nombre: el de Señor. Jesús ha recibido también autoridad absoluta sobre el cielo y la Tierra, la cual Él ejerce de acuerdo con los buenos propósitos de Dios.
Su posición como Señor sobre toda la humanidad jamás cesará.
La mayoría de las personas no han reconocido el derecho a gobernar que tiene Jesús. Rechazan su señorío y hacen lo que quieren.
Por eso abunda el pecado, causando estragos en la vida de muchos. La buena noticia es que Dios tiene un plan, que no puede ser detenido. Un día, todo el mundo reconocerá la autoridad de Jesús.
Tal como Dios ha prometido, todo lo que está en el cielo (los ángeles y los seres creados) y todos los que están en la Tierra, incluyendo aquellos que rechazaron a Jesús, se arrodillarán delante de Él (Fil 2.10).
¡Qué día tan glorioso y triunfante será ese!
Pero, antes de que llegue ese día, los que seguimos al Salvador debemos inclinar y someter nuestra voluntad a la suya.
Si Jesús es Señor sobre nosotros, reconoceremos que nuestra vida gira alrededor de Él y que existimos para sus propósitos, no para los nuestros. También sus prioridades serán las nuestras y sus planes tendrán precedencia sobre los nuestros. Además, con nuestros labios confesaremos su señorío sobre nosotros (Gá 2.20), diremos a otros que Él es nuestro Salvador, y testificaremos de lo que ha hecho por nosotros.
Nuestras decisiones reflejarán el deseo de ser un testimonio vivo de su señorío en nuestra vida.
Rendirnos al control del Señor Jesús es la decisión más sabia que podemos tomar.
¿Es Él, en verdad, el Señor de su vida?
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